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I don't know how to send them back.
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look a cake u will never have

En griego energóumenos es el poseído por el ‘demonio’. Lo podríamos secularizar un poco y dejarlo en una persona que está fuera de sí, no está en sus cabales, es un loco furioso; sin nunca olvidar que realmente existen los «verdaderos energúmenos» (Del lat. energumĕnus, y este del gr. νεργομενος, poseído)."Hay dos errores  iguales y opuestos, en los cuales el género humano puede caer a  propósito de los diablos. Uno es no creer en su existencia. El otro es creer  en ella y sentir un interés excesivo y malsano por ellos. Por su parte, a  ellos les gusta por igual uno y otro error y saludan con idéntico placer al  materialista y al mago" M. Savignon. 2004Ya Atanasio se vio muchas veces obligado a recurrir a la historia y a la tradiciónpara defenderse contra las calumnias. Pero más de una vez en estos escritos histórico-polémicos no se contenta con justificar su propia conducta y condenar la de sus enemigos, sino que ataca y expone también positivamente.

A Alejandro le sucedió el año 328 una de las figuras más importantes de toda la historia de la Iglesia y el más eminente de todos los obispos de Alejandría, San Atanasio. De indomable valor, firme ante el peligro o la adversidad, a quien ningún hombre era capaz de intimidar, fue el denodado campeón y gran defensor de la fe de Nicea, "la columna de la Iglesia," como le llama San Gregorio Nacianceno (Or. 21,26). Los arrianos veían en él a su principal enemigo e hicieron cuanto pudieron para destruirlo. Para reducirlo al silencio, se procuraron el favor del poder civil y corrompieron a la autoridad eclesiástica. Por cinco veces fue expulsado de su sede episcopal y pasó más de diecisiete años en el destierro. Pero todos estos sufrimientos no consiguieron romper su resistencia. Estaba convencido de que luchaba por la verdad y empleó todos los medios a su alcance para combatir a sus poderosos enemigos. A pesar de su irreconciliable hostilidad para con el error y no obstante el ardor con que le hacia frente, poseía la cualidad, rara en semejante carácter, de ser capaz, aun en lo más arduo del combate, de usar de tolerancia y moderación con los que se habían descarriado de buena fe. Muchos obispos orientales habían rechazado el homoousios por no comprenderlo, y Atanasio da pruebas de gran comprensión y paciencia para ganarlos nuevamente a la verdad. La Iglesia griega le llamó más tarde "Padre de la Ortodoxia", y la Iglesia romana le cuenta entre los “Cuatro grandes Padres del Oriente”. Murió el 2 de mayo del año 373. La Iglesia en sus dos pulmones –Oriente y Occidente-al unísono le llama católicamente “PADRE”

uál es la doctrina católica sobre el demonio? ¿Por qué algunos afirman que no hay que creer en el demonio si no es, según ellos, dogma de fe?

 

En primer lugar, hay que decir que sí es dogma de fe. Está definido en el Concilio Lateranense IV, en el año 1215, respondiendo a la oposición de los cátaros y albigenses, que se habían instalado en el sur de Francia, y que eran herederos de la concepción maniquea, según la cual existía un principio absoluto del bien y un principio absoluto del mal. El Concilio define que el demonio no es un principio absoluto, sino una criatura limitada creada por Dios, que, por su mala voluntad, se rebeló contra Él. Eso es un dogma del Concilio Lateranense IV. Ahora bien, yo quisiera decir que lo importante de una verdad de fe no es que sea dogma, porque un dogma no es más que una verdad que el Magisterio define, digamos, definitivamente, porque está siendo negada por una determinada ideología o teología. Lo importante de una verdad es que se encuentre en la Sagrada Escritura y en la Tradición, lo que llamamos una verdad de fe divina.

 

¿Es Satanás una persona o un mero símbolo del mal?

 

En el Nuevo Testamento se habla del demonoio 511 veces. Eso quiere decir que es verdaderamente una realidad, porque de algo meramente simbólico no se estaría tan pendiente en la Escritura. Pero, sobre todo, si nos fijamos en las palabras del capítulo 8 del evangelio de San Juan, Cristo lo considera una persona; le llama Príncipe de este mundo, Padre de la mentira y Homicida desde el principio. Además, Jesucristo, cuando hace exorcismos, particularmente en el evangelio de San Marcos, lo trata como una persona: Sal de ahí, yo te lo digo, Satanás: sal de ahí, y le llama personalmente Satanás. Además, aparece realmente como el enemigo personal del Reino de Dios que Cristo quiere instaurar. El Reino es la salvación definitiva que ha llegado con Cristo, y que nos libera del pecado y de la muerte y nos introduce en la filiación divina. El enemigo de este Reino no son las legiones romanas. Jesucristo no dice: El Reino de Dios ya ha llegado porque empiezan a marcharse los romanos, sino que, si yo expulso a los demonios con el dedo de Dios, es que el Reino de Dios ha llegado. Es un logion (dicho de Jesús) tan primitivo, de los más primitivos de las fuentes de los evangelios, que ni siquiera el mismo Bultmann lo niega. Jesucristo, además, se presenta en una parábola como el más fuerte que desposesiona de su poder al fuerte, a aquel príncipe de este mundo del que nos libera en la muerte. Y precisamente dice Jesucristo, en un párrafo estremecedor del evangelio de San Juan: Ahora el príncipe de este mundo es echado fuera. Cuando yo sea levantado hacia lo alto, atraeré a todos hacia mí. Cristo, pues, tiene conciencia de liberar una batalla personal con el demonio, de tal manera que esa batalla comienza con las tentaciones en el desierto, con las cuales el demonio quiere desviar a Cristo del camino de obediencia que le lleva a la Cruz, prometiéndole un triunfo en el sentido mesiánico de los judíos, y esa lucha dura hasta la Pasión. De manera que san Lucas dice, en el capítulo 4 de su evangelio, a propósito de las tentaciones, que le dejó hasta otra oportunidad, que es precisamente cuando Jesucristo está ya en la oración de Getsemaní.

 

En las religiones antiguas, la creencia en el demonio era bastante común. Algunos, por eso, argumentan que Jesucristo no hizo sino adecuarse a la cultura de su tiempo para hacerse entender por sus contemporáneos.

 

La pregunta es muy pertinente, pero la respuesta es clara: Jesucristo no se adecua nunca a la cultura de su tiempo cuando piensa que está equivocada. Por ejemplo, según la cultura de su tiempo, tendría que honrar a los fariseos, y no lo hace: exalta a los publicanos, a los samaritanos, coloca a la mujer en un puesto que en su cultura no era aceptable (tiene amigos y amigas, como Marta y María, lo cual era inédito en una persona de bien en aquel tiempo). Rechaza, por ejemplo, la negación de la resurrección que tenían los saduceos. Nunca respeta las costumbres de su tiempo cuando las cree equivocadas. Ahora bien, sabemos que en la apocalíptica apócrifa judía, en el primero y cuarto libro de Esdras y en el primer libro de Enoc, se habla muchísimo del demonio, pero desde un punto de vista teorético: cuántas clases hay de demonios, la jerarquía que hay entre ellos, los nombres que tienen& todo eso no aparece en absoluto en los evangelios. En el Evangelio hay algo radicalmente original: el demonio aparece como el opositor del Reino que Cristo quiere instaurar, aquel que puede perdernos; no interesa ni su número, ni sus nombres: sólo se da el nombre de Satanás. Es algo radicalmente original, porque aparece como el enemigo personal del Reino y de la salvación que Cristo quiere instaurar.

Sus respuestas a diferentes preguntas me han aclarado muchas dudas en forma muy completa. Por ello pregunto lo siguiente: A mi modesto entender en el Antiguo Testamento y en la religión Judaica se menciona poco al ángel caído (diablo) y sus huestes de ángeles rebeldes; no encuentro su descripción en el Génesis. En los artículos que he leído de la Torah y sus comentarios tampoco he encontrado referencias claras. En la Biblia para niños que es católica, sale cada sección con su referencia al Antiguo o Nuevo Testamento, sin embargo al exponer este tema no tiene referencia. En la Biblia de Jerusalén tampoco me queda claro el por qué no es mencionado en el Antiguo Testamento. Quisiera que me ilustrara más en qué momento la Iglesia elaboró y en base a qué antecedentes o revelaciones se sabe que lucifer y sus ángeles se rebelaron contra nuestro Señor. Lo saludo atentamente.

 

La Iglesia sabe bien que Cristo vive en las Sagradas Escrituras. Precisamente por este motivo, como subraya la Constitución dogmática «Dei Verbum»,, siempre ha tributado a las Escrituras divinas una veneración parecida a la dedicada al mismo Cuerpo del Señor (Cf. «Dei Verbum», 21). Por esta razón, san Jerónimo decía con razón algo que cita el documento conciliar: la ignorancia de las Escrituras es ignorancia de Cristo (Cf. «Dei Verbum», 25). 

Iglesia y Palabra de Dios están inseparablemente unidas entre sí. La Iglesia vive de la Palabra de Dios y la Palabra de Dios resuena en la Iglesia, en su enseñanza y en toda su vida (Cf. «Dei Verbum», 8). Por este motivo, el apóstol Pedro nos recuerda que «ninguna profecía de la Escritura puede interpretarse por cuenta propia; porque nunca profecía alguna ha venido por voluntad humana, sino que hombres movidos por el Espíritu Santo, han hablado de parte de Dios» (2 Pt 1, 20). 

El creciente interés por el ocultismo, la aparición de sectas satánicas, las noticias de lamentables sucesos en Norteamérica, Inglaterra o Alemania, Norte de Italia o Sur de España parecen ser síntomas de una intensa actividad diabólica en nuestra época.

Con frecuencia aparecen, en los periódicos, historias como la de una mujer muerta tras la práctica de un exorcismo, de unos niños maltratados para expulsar los demonios del cuerpo, o la aparición de restos de animales utilizados en algún aquelarre o reunión de culto al diablo.

¿Qué hay en la raíz de estos sucesos? De una parte hay mucho engaño y superchería sobre personas ignorantes o incultas, pero de otra se puede advertir un agrave deformación de la fe, atribuyendo a los demonios autonomía y poderes que no tienen. Se llega a este culto supersticioso cuando se acentúan los aspectos sentimentales y emotivos de los religioso; y también por carecer de buena doctrina, cuando en vez de formar la inteligencia con las enseñanzas de la Iglesia se alimenta con increíbles doctrinas.

A los temas demoníacos y de ocultismo se dedica hoy parte de la literatura, música, teatro, cine, etcétera, y no faltan grupos y sectas demoníacos que suponen algo más que un juego. Novelas y películas llenas de escenas de crueldad, de perversiones, de pseudo religión, de blasfemias, etc., permiten pensar que responden a un odio por lo sagrado –típico pecado de Satanás-, a un derribo de la inteligencia para encerrarse en el mundo de los sentidos, que bien pudieran será una verdadera “autopista para el infierno”, rememorando el título de una canción de rock duro.

Mons. Corrado Balducci, experto vaticano en cuestiones sobre demonología, destacaba algunos síntomas de esta ofensiva mundial del diablo. Cómo en capitales importantes del mundo occidental, hay tiendas donde se vende todo lo necesario para los ritos satánicos: velas, iconografía demoníaca, paramentos, amuletos, etc.; y también cómo en muchos países ha crecido una ola de violencia y locura en forma de sectas sanguinarias que ejercen su violencia sobre animales e incluso sobre niños indefensos. En declaraciones a la prensa afirmaba que: «El fenómeno del satanismo va in crescendo y la razón está en la crisis religiosa, en la crisis de valores, en la difusión del escepticismo y la desesperanza (...). Al agravarse una profunda crisis ética y religiosa, hace que se busque, se adore, se crea en el diablo, que se le considere capaz de donar riquezas, sexo, siempre que nos entreguemos a él. Los individuos plegados por ese mito satánico terminan por ser operadores del mal para sí y para los otros. A todo ello suele ir unido un abuso del alcohol, de las drogas, y contribuye no poco en este culto al demonio el llamado “rock satánicos»(

El año 1972 el Papa VI nos alertó con gran claridad sobre el activismo del demonio en estos años, afirmando que la defensa contra el demonio es una clara necesidad de la Iglesia actual. Por ello será oportuno releer juntos ahora algunas de sus palabras.

«Se sale del cuadro de la enseñanza bíblica y eclesiástica quien se niega a reconocer su existencia; o bien quien hace de ella un principio que existe por sí y que no tiene, como cualquier otra criatura, su origen en Dios; o bien la explica como una pseudorealidad, una personificación conceptual y fantástica de las causas desconocidas de nuestras desgracias. El problema del mal, visto en su complejidad, y en su absurdidad respecto a nuestra racionalidad unilateral, se hace obsesionante. Constituye la más fuerte dificultad para nuestra comprensión religiosa del cosmos. No sin razón sufrió por ello durante años San Agustín: Quaereban unde malum, et non erat exitus, buscaba de dónde procedía el mal, y no encontraba explicación (Confes. VII, 5, 7, 11, etc., P.L., 22, 736, 739).

»Y he aquí, pues, la importancia que adquiere el conocimiento del mal para nuestra justa concepción cristiana del mundo, de la vida, de la salvación. Primero en el desarrollo de la historia evangélica al principio de su vida pública: ¿Quién no recuerda la página densísima de significados de la triple tentación de Cristo? Después, en los múltiples episodios evangélicos, en los cuales el demonio se cruza en el camino del Señor y figura en sus enseñanzas (Mt 12, 43). ¿Y cómo no recordar que Cristo, refiriéndose al demonio en tres ocasiones, como a su adversario, lo denomina como “príncipe de este mundo”? (Jn 12, 31; 14, 30; 16, 11). Y la incumbencia de esta nefasta presencia está señalada en muchísimos pasajes del Nuevo Testamento. San Pablo lo llama el “dios de este mundo” (2 Co 4, 4), y nos pone en guardia sobre la lucha a oscuras, que nosotros cristianos debemos mantener no con un solo demonio, sino con una pluralidad pavorosa: “Revestíos, dice el Apóstol, de la coraza de Dios para poder hacer frente a las asechanzas del Diablo, pues toda vez que nuestra lucha no es (solamente) con la sangre y con la carne, sino contra los principados y las potestades, contra los dominadores de la tinieblas, contra los espíritus malignos del aire” (Ef 11, 12).

«A lo largo de los siglos la Iglesia ha reprobado las diversas formas de superstición, la preocupación excesiva acerca de Satanás y de los demonios, los diferentes tipos de culto y de apego morboso a estos espíritus, etc; sería por eso injusto afirmar que el cristianismo ha hecho de Satanás el argumento preferido de su predicación, olvidándose del señorío universal de Cristo y transformando la Buena Nueva del Señor resucitado en un mensaje de terror»(3).

Como enseña la teología moral, a la fe se oponen por exceso: la credulidad y la superstición, p. Ej., atribuyendo al demonio un poder al margen de la Providencia Divina del que ciertamente carece. Por defecto también se oponen a la fe: la infidelidad, la apostasía, la herejía, la duda y la ignorancia.

Sobre esta última es preciso saber que tenemos obligación de aprender las cosas necesarias para la Salvación o indicadas por precepto divino a través de la Iglesia, y junto a ellas las verdades que son necesarias para llevar una vida auténticamente cristiana y para el recto desempeño de los deberes del propio estado. Por eso, el que descuida por culpable negligencia estos deberes, pone en peligro la fe recibida y comete un grave pecado de ignorancia voluntaria.

La superstición es un vicio por el que la persona ofrece culto divino a quien no se debe –cualquier criatura de dios- o a quien se debe –a Dios, y proporcionalmente a los santos- pero de modo indebido. Por ejemplo hay superstición cuando se atribuye al demonio, a los muertos o a la naturaleza poderes efectivos que no poseen según los sabios designios del Creador. La gravedad de este pecado viene del ultraje que se hace a Dios por dar un honor indebido a los espíritus.

La Sagrada Escritura y la Tradición de la Iglesia admiten la intervención de los ángeles buenos y malos sobre este mundo, y la posibilidad de que influyan sobre el cuerpo; pero siempre será permitido estrictamente por Dios en el ámbito de su Providencia y Gobierno del universo.

La adivinación como pecado es la superstición que trata de averiguar las cosas futuras o que están ocultas por medios indebidos o desproporcionados, pro ej., los naipes, las líneas de la mano, los astros, la invocación de los demonios, etc. Este pecado es de suyo mortal contra la religión.

El espiritismo tiene afinidad con la adivinación pues consiste en técnicas para mantener comunicación con los espíritus, principalmente de los difuntos conocidos, para averiguar de ellos cosas ocultas. Hoy día los estudios más serios y documentados sobre el espiritismo llegan a la conclusión de que la mayor parte de los casos se deben a puros y simples fraudes. Sin embargo consideran que un porcentaje mínimo se debe a verdadero trato con los espíritus malignos (magia diabólica), mientras que un porcentaje de casos se explican por los fenómenos metapsíquicos, cuyas posibilidades naturales son amplias y no totalmente conocidas aun por la ciencia (parapsicología).

La asistencia a las reuniones espiritistas está gravemente prohibida por la Iglesia. Se comprende que sea así por ser cooperación a una cosa pecaminosa, por el escándalo de los demás y por los graves peligros para la propia fe.

La vana observancia es el uso de medios desproporcionados para obtener efectos naturales, aunque no pretende averiguar las cosas ocultas o futuras, por ej., miedo a ciertos números o animales, uso de amuletos, curaciones, etc. Estas vanas observancias son de suyo pecado mortal por la grave injuria que se hace a Dios atribuyendo cosas vanas a la Omnipotencia exclusiva de Dios, y también por pretender gobernar la propia vida al margen de las leyes divinas.

A este orden pertenece la magia o arte de realizar cosas maravillosas por causas ocultas. La magia diabólica o negra solicita la intervención del demonio, y tiene la malicia de la adivinación y de la vana observancia. En cambio, nada tiene de malo la magia blanca, prestidigitación o ilusionismo, que obedece a causas naturales como la habilidad o destreza del que actúa.

Los pecados contra la religión que acabamos de ver –superstición, adivinación, espiritismos, vana observancia, magia- suelen atraer la atención de gentes sencillas y de jóvenes. Cuanto menor es la fe y la formación cristiana de una persona, más posibilidades tiene de caer en prácticas supersticiosas; por eso es preciso conocer bien la doctrina de la Iglesia acerca de las verdades de la fe –mediante el estudio y la meditación- y poner los medios para adquirir una recta conciencia en cuestiones morales que dependen de la fe.

No debe extrañar que la inteligencia diabólica, su odio contra Dios y su envidia a los hombres lleven al demonio a servirse torpemente de la natural curiosidad humana. Algunas personas no se contentan con saber lo que Dios ha revelado ni con lo descubierto por las ciencias; no parecen admitir su limitada condición de criaturas ni creen en dios y en cambio son crédulas para los horóscopos o las cartas. La verdad es que no salen ganando.

Todos estos pecados contradicen abiertamente el amor a Dios y tienen algo de idolatría, pues como enseña el Catecismo de la Iglesia Católica: «La idolatría no se refiere sólo a los cultos falsos del paganismo. Es una tentación constante de la fe. Consiste en divinizar todo lo que no es Dios. Hay idolatría desde el momento en que el hombre honra y reverencia a una criatura en lugar de Dios»(4).

»Y que se trata no de un solo demonio, sino de muchos, diversos pasajes evangélicos no los indican (Lc 11, 21; Mc 5, 9); pero uno es el principal: Satanás, que quiere decir el adversario, el enemigo; y con él muchos, todos criaturas de Dios, pero caídas, porque fueron rebeldes y condenadas (Cfr Denz., Sch., 800-428); todo el mundo misterioso, revuelto por un drama desgraciadísimo, del que conocemos muy poco.

»Conocemos, sin embargo, muchas cosas de este mundo diabólico, que afectan a nuestra vida y a toda la historia humana. El demonio está en el origen de la primera desgracia de la Humanidad; él fue el tentador engañoso y fatal del primer pecado, el pecado original (Gn 3; Sb 1,24). Por acuella caída de Adán, el demonio adquirió un cierto dominio sobre el hombre, del que sólo la Redención de Cristo nos pudo liberar. Es una historia que sigue todavía: recordemos los exorcismos del Bautismo y las frecuentes alusiones de la Sagrada Escritura y de la liturgia a la agresiva y opresora “potestad de las tinieblas” (cfr Lc 22,53; Col 1, 3). Es el enemigo número uno, es el tentador por excelencia. Sabemos también que este ser oscuro y pertubador existe de verdad y que con alevosa astucia actúa todavía; es el enemigo oculto que siembra errores e infortunios en la historia humana. Debemos recordar la parábola reveladora de la buena semilla y de la cizaña, síntesis y explicación de la falta de lógica que parece presidir nuestras sorprendentes visicitudes: Inimicus homo hoc fecit (Mt 13,28). El hombre enemigo hizo esto. Es “el homicida desde el principio... y padre de toda mentira” como lo define Cristo (cfr Jn 8, 44-45); es el insidiador sofístico del equilibrio moral del hombre. Es el pérfido y astuto encantador, que sabe insinuarse en nosotros por medio de los sentidos, de la fantasía, de la concupiscencia, de la lógica utópica, o de los desordenados contactos sociales en el juego de nuestro actuar, para introducir en él desviaciones. Mucho más nocivas, porque en apariencia son conformes a nuestras estructuras físicas o psíquicas, o a nuestras instintivas y profundas aspiraciones.

» (...) ¿Qué defensa, qué remedio oponer a la acción del demonio? La respuesta es más fácil de formularse, si bien sigue siendo difícil actualizarla. Podremos decir; todo lo que nos defiende del pecado nos defiende por ello mismo del enemigo invisible. La gracia es la defensa decisiva. La inocencia adquiere un aspecto de fortaleza. U. Asimismo, cada uno recuerda hasta qué punto la pedagogía apostólica ha simbolizado en la armadura de un soldado las virtudes que pueden hacer invulnerable al cristiano (cfr Rm 13, 12: Ef 5, 11, 14, 17; 1 Ts 5, 8). El cristiano debe ser militante; debe ser vigilante y fuerte ( 1 Pe 5, 8); y debe a veces recurrir a algún ejercicio ascénito especial para alejar ciertas incursiones diabólicas; Jesús lo enseña indicando el remedio “en la oración y en el ayuno” (Mc 9, 29). Y el Apóstol sugiere la línea maestra a seguir: “No os dejéis vencer por el mal, sino venced el mal en el bien” (Rm 12, 21; Mt 13, 29)»(2).


Damos gracias a Dios porque en estos últimos tiempos, gracias también al impulso dado por la constitución dogmática «Dei Verbum», se ha reevaluado más profundamente la importancia fundamental de la Palabra de Dios. De esto se ha derivado una renovación en la vida de la Iglesia, sobre todo en la predicación, en la catequesis, en la teología, en la espiritualidad y en el mismo camino ecuménico. La Iglesia debe renovarse siempre y rejuvenecer y la Palabra de Dios, que no envejece nunca ni se agota, es el medio privilegiado para este objetivo. De hecho, la Palabra de Dios, a través del Espíritu Santo, nos guía siempre de nuevo hacia la verdad plena (Cf. Juan 16, 13). 

En este contexto, querría evocar particularmente y recomendar la antigua tradición de la «Lectio divina»: la lectura asidua de la Sagrada Escritura acompañada por la oración permite ese íntimo diálogo en el que, a través de la lectura, se escucha a Dios que habla, y a través de la oración, se le responde con una confiada apertura del corazón (Cf. «Dei Verbum», 25). Si se promueve esta práctica con eficacia, estoy convencido de que producirá una nueva primavera espiritual en la Iglesia. Como punto firme de la pastoral bíblica, la «Lectio divina» tiene que ser ulteriormente impulsada, incluso mediante nuevos métodos, atentamente ponderados, adaptados a los tiempos. No hay que olvidar nunca que la Palabra de Dios es lámpara para nuestros pasos y luz en nuestro camino (Cf. Salmo 118/119, 105). 

Tal vez usted no haya leído detenidamente la Sagrada Escritura, pues tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, el demonio o diablo es frecuentemente mencionado. Le envío el siguiente artículo escrito hace ya varias décadas por el eminente biblista Francesco Spadafora que confirma lo que le estoy diciendo.

Ciertamente habla poco. Los sacerdotes, en efecto, muy poco. En primer lugar, por ignorancia. Y además hay miedo, una especie de complejo ante el mundo actual, pensando que si nosotros seguimos hablando del demonio, nos van a decir que ése es un lenguaje mítico, y nos van a rechazar. Hay un complejo detrás de la teología y de los sacerdotes. Sin embargo, el Magisterio actual ha hablado muchísimo del demonio: el Concilio Vaticano II habla 18 veces del demonio, en unos textos que realmente estremecen, como cuando dice, por ejemplo, que en el bautismo hemos sido arrancados de la esclavitud del Maligno para vivir en la libertad de los hijos de Dios, siguiendo textos de la Tradición de la Iglesia. Pablo VI pronunció una frase en 1972, cuando se hizo esta pregunta, el día 29 de junio, en la basílica de San Pedro: ¿qué pasa en la Iglesia, que nos las prometíamos felices en el Vaticano II, y ahora estamos inmersos en una tremenda confusión? Esto es el humo de Satanás que ha entrado en la Iglesia, respondió. Lo recuerdo, ya que yo era entonces estudiante en Roma: todos los periódicos ridiculizaron la figura del Papa, salían caricaturas de demonios con cuernos y tridentes. Pablo VI, que era un hombre tímido, sufrió muchísimo. Pero después, ese mismo año, el 15 de noviembre, dio una catequesis sobre el demonio magnífica, que quizás sea la página más bella, más dramática, más profunda que se haya escrito nunca sobre el demonio, y que en la Iglesia la mayoría desconocen.

 

Con esto del humo de Satanás, no recuerdan lo que le pasó a León XIII: en la misa del rito de San Pío V, que nosotros rezábamos hasta hace treinta años, había una oración en latín pidiéndole a san Miguel Arcángel que nos librara de las asechanzas del demonio. Esa oración, que se decía en todas las misas de toda la Iglesia católica, la introdujo León XIII como consecuencia de una visión que tuvo haciendo la acción de gracias después de la misa, según la cual habría un tiempo en que el demonio entraría en la Iglesia y sembraría la confusión. Impresionado por aquella visión, tomó lápiz y papel y escribió esta oración poniéndola, como digo, en la liturgia de toda la Iglesia. Luego, el Catecismo de la Iglesia católica, que es la recopilación más reciente de la fe de la Iglesia, hace sobre el demonio una exposición muy amplia y muy profunda; tanto, que al comentar las peticiones del Padrenuestro, en la parte última del Catecismo, interpreta la frase líbranos del mal como líbranos del Maligno, porque, efectivamente, el griego apo tou ponerou utiliza el término masculino, y hay que traducirlo del Maligno, como dicen todos los exégetas.

 

¿Cuándo diría usted que esta confusión sobre la doctrina del demonio se ha metido en la Iglesia?

 

Yo creo que en el postconcilio. No en el Concilio, que habla claramente del demonio, sino en el postconcilio, cuando la teología adquiere, digamos, una dimensión mucho más positiva, más bíblica, más patrística, teniendo en cuenta la historia del dogma, no meramente especulativa; pero por otra parte, como decía antes, esa teología se hace con un cierto complejo ante el mundo moderno, y lo que hay sobre este tema es realmente una tremenda ignorancia.

 

¿No cree que ha habido una cierta relajación espiritual que hace que se predique poco sobre la lucha espiritual contra el mal?

 

Exacto. Pero no hay ninguna vida de un santo, absolutamente ninguna (podríamos citar a santa Teresa, a san Juan María Vianney&) en que no haya habido una lucha personal contra el demonio. Y esto, en la vida espiritual de una persona cristiana, aunque no tenga visiones del demonio, hay un combate espiritual contra el Maligno, como lo tuvo Cristo desde el principio.

 

¿Por qué tampoco se habla del infierno?

 

Por las mismas razones por las que he dicho que no se habla del demonio. Porque hay una tremenda ignorancia, y porque se piensa que el mundo nos va a rechazar. Lógicamente, antes se hablaba del infierno de una forma tremendista, metiendo miedo. Ahora se ha pasado de aquella forma amenazadora a un silencio absoluto. Pero el infierno, vuelvo a decir, está en toda la tradición de la Iglesia, está por supuesto en el Nuevo Testamento, y muy bien recogido en el Catecismo de la Iglesia católica.

 

Hay un complejo de hablar del infierno. Se está empleando hoy en día la idea que expresa más o menos von Balthasar en su libro ¿Qué podemos esperar?, en la que él defiende que podemos esperar, basándonos en textos bíblicos, que todos nos hemos de salvar. Pero von Balthasar se fundamenta en dos textos, Rom 5, 12-21 y Jn 12, 31, que no se refieren en absoluto a la salvación definitiva. Yo quedé sorprendido al ver que su argumentación la apoyaba en esos textos. Se olvidan otros como Lc 13, 22, en los que dice Cristo: Ancha es la puerta que lleva a la perdición y estrecha la puerta que lleva a la salvación. Muchos querrán entrar por ella y no podrán. De lo que se deduce que habrá condenados, aunque la Iglesia no sabe ni cuántos ni quiénes.

 

¿Cómo es posible que hoy se hable más del demonio fuera de la Iglesia que dentro de ella?

 

Sí, es curioso. Dijo el cardenal Ratzinger recientemente que fue el cristianismo el que quitó el miedo a los demonios, porque el cristianismo presenta la figura del demonio como una realidad, una persona, limitada, que tiene un poder limitado y que ha sido vencida por Cristo. El cristiano no tiene por qué tener miedo. Ahora bien, en la medida en que se pierde la fe en Cristo, vuelve el miedo a los demonios. Y en el mundo hoy hay una especie de miedo mezclado con morbo, con curiosidad. Es curioso que, a veces, las verdades ya lo dice la Escritura no nos las debemos a nosotros: Dios puede sacar hijos de Abraham de las piedras.

 

¿No cree que la obsesión por el demonio en la sociedad está empezando a adquirir tintes hasta morbosos?

 

Efectivamente, en muchos casos resulta morbosa esta obsesión. Pero si la Iglesia fuera valiente, si nosotros los teólogos fuéramos valientes, presentaríamos al demonio justamente en su sitio, es decir, como criatura limitada y vencida por Cristo, y a partir de ahí enfocaríamos el problema. Si hay miedo a la verdad, efectivamente hay morbo y todas las degeneraciones. Y la verdad es la que nos hace libres.

 

¿Cuál es la actuación del demonio hoy?

 

Yo muchas veces me pregunto: si fuera el demonio, ¿qué haría hoy? Evidentemente, no haría muchas posesiones diabólicas, porque en un mundo descreído como el nuestro inducirían a creer. Yo haría dos cosas: convencer al clero de que la oración no es tan importante como se decía en otro tiempo, y sembrar la confusión en la Iglesia. Las posesiones diabólicas se dan; yo, en mi libro sobre el demonio, cito dos casos de posesión diabólica, uno de ellos ocurrido en España, que me fue relatado por testigos directos, entre ellos el propio exorcista que lo expulsó. Pero las posesiones son escasas, sobre todo en el terreno de los bautizados; son mucho más frecuentes en territorios de misión, donde el bautismo no se ha extendido todavía, porque indudablemente el bautismo tiene un gran poder exorcista. El demonio, efectivamente, está haciendo esto: convencernos para que dejemos la oración y sembrar la confusión.

La escatología es el estudio teológico de la consumación y plena realización del hombre y del mundo en Cristo, por ser Él la personificación del Reino de Dios, que crece en la historia hasta el cumplimiento al fin de los tiempos. La escatología ofrece el marco de referencia para tener una completa visión cristiana de la historia y del hombre, fundamenta el sentido de la esperanza, y da perspectiva a la moral y a la espiritualidad cristiana. Como es sabido los temas capitales son la resurrección de la carne, el juicio de Dios, el infierno con Satanás, y el Cielo o su antesala en el Purgatorio. Aquí sólo nos referimos al Demonio presente y olvidado en nuestro tiempo.

En el desierto de la Cuaresma Jesucristo permite ser tentado por el Diablo pero le vence hasta que llegue su hora ante la Cruz, y de nuevo lo vencerá definitivamente. Si todavía actúa en la historia contra la Iglesia es por permisión divina, porque los cristianos peregrinamos hacia la Morada definitiva luchando con la esperanza de los vencedores. A través de varios capítulos nos acercaremos al misterio de iniquidad que es el Demonio y sus ángeles pervertidos, viendo sus orígenes, sus ataques a la Iglesia y a los hombres, para terminar considerando cómo vencer a los demonios pervertidores. Se trata de una victoria asegurada porque el cristiano está inmerso en el misterio de amor de Jesucristo.

EL ALMA:
1. Señor, Dios mío, que me criaste a tu imagen y semejanza, concédeme aquesta gracia, que declaraste ser tan grande y necesaria para la salvación; a fin de que yo pueda vencer mi perversa naturaleza, que me arrastra a los pecados y a la perdición. Pues yo siento en mi carne la ley del pecado, que contradice a la ley de mi alma, y me lleva cautivo a obedecer en muchas cosas a la sensualidad y no pudo resistir a sus pasiones, si no me asiste tu santísima gracia, eficazmente infundida en mi corazón. 

2. Necesaria tu gracia, y grande gracia, para vencer la naturaleza inclinada siempre a lo malo desde su juventud. Porque abatida en el primer hombre Adán, y viciada por el pecado, pasa a todos los hombres la pena de esta mancha; de suerte que la misma naturaleza, que fue criada por Ti buena y derecha, ya se toma por el vicio y enfermedad de la naturaleza corrompida; por que el mismo movimiento suyo que le quedó, la induce al mal y a lo terreno. Pues la poca fuerza que le ha quedado, es como una centellita escondida en la ceniza. Esta es la razón natural, cercada de grandes tinieblas; pero capaz todavía de juzgar del bien y del mal, y de discernir lo verdadero de lo falso; aunque no tiene fuerza para cumplir todo lo que le parece bueno, ni usa de la perfecta luz de la verdad ni tiene sanas sus aficiones. 

3. De aquí viene, Dios mío, que yo, según el hombre interior, me deleito en tu ley, sabiendo que tus mandamientos son buenos, justos y santos, juzgando también que todo mal y pecado se debe huir. Pero con la carne sirvo a la sensualidad más que a la razón. Así es también que propongo frecuentemente hacer muchas buenas obras; pero como falta la gracia para ayudar a mi flaqueza, con poca resistencia vuelvo atrás y desfallezco. Por la misma causa sucede que conozco el camino de la perfección, y veo con bastante claridad como debo obrar. Mas agradado del peso de mi propia corrupción no me levanto a cosas más perfectas. 

4. ¡Oh, cuán necesaria me es, Señor, tu gracia, para comenzar el bien, continuarlo y perfeccionarlo! Porque sin ella ninguna cosa puedo hacer; pero en Ti todo lo puedo, confortado con la gracia. ¡Oh gracia verdaderamente celestial, sin la cual nada son los merecimientos propios, ni se han de estimar en algo los dones naturales! Ni las artes, ni las riquezas, ni la hermosura, ni el ingenio o la elocuencia valen delante de Ti, Señor, sin tu gracia. Porque los dones naturales son comunes a buenos, y a malos; más la gracia y la caridad es don propio de los escogidos, y con ella se hacen dignos de la vida eterna. Tan encumbrada es esta gracia, que ni el don de la profecía, ni el hacer milagro, o algún otro saber, por sutil que sea, es estimado en algo sin ella. Ni aun la fe ni la esperanza, ni las otras virtudes son aceptas a Ti, sin caridad ni gracia. 
5. ¡Oh beatísima gracia, que al pobre de espíritu lo haces rico en virtudes, y al rico en muchos bienes vuelves humilde de corazón! Ven, desciende a mi, lléname luego de tu consolación, para que no desmaye mi alma de cansancio y sequedad de corazón. Suplícote, Señor, que halle gracia en tus ojos, pues me basta, aunque me falte todo lo que la naturaleza desea. Si fuere tentado y atormentado de muchas tribulaciones, no temeré los males, estando tu gracia conmigo. Ella es fortaleza, ella me da consejo y favor. Mucha más poderosa es que todos los enemigos, y mucho más sabia que todos los sabios. 

6. Ella enseña la verdad, la ciencia, alumbra el corazón, consuela en las aflicciones, destierra la tristeza, quita el temor, alimenta la devoción produce lágrimas afectuosas. ¿Qué soy yo sin la gracia, sino un madero seco, y un tronco inútil y desechado? Asísteme, pues, Señor, tu gracia para estar siempre atento a emprender, continuar y perfeccionar buenas obras, por tu Hijo Jesucristo. Amén.

 

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San Ambrosio (hacia 340-397) obispo de Milán, doctor de la Iglesia

Tratado sobre el evangelio de San Lucas, IV, 71-76; SC 45, Pág. 180

 

“Rema lago adentro y echad vuestras redes para pescar.” (Lc 5,4)

    “Rema lago adentro”, es decir en la alta mar de los debates. ¿Hay abismos comparables a “...la profanidad de riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios” (cf Rm 11,33) a la proclamación de la filiación divina?... La Iglesia es conducida por Pedro en la alta mar del testimonio, para contemplar al Hijo de Dios resucitado y al Espíritu derramado.
       ¿Cuáles son las redes que Cristo manda a los apóstoles de echar al agua? No es el conjunto de las palabras, los discursos, la profanidad de los argumentos que no dejan escapar a los que se han quedado en sus redes? Estos instrumentos de pesca de los apóstoles no hacen perecer a la presa sino que la conservan, la salvan de los abismos y la sacan a la luz, conduciéndola de los fondos bajos hacia las alturas...
         “Maestro, dice Pedro, hemos estado toda la noche faenando y no hemos cogido nada, pero puesto que tú lo dices, echaré las redes.” (Lc 5,5)  Yo también, Señor, sé que para mí es de noche si tú no me guías. Todavía no he convertido a nadie por mis palabras, todavía es de noche. He hablado el día de la Epifanía; he echado las redes y no he pescado nada. He echado las redes de día. Espero que tú me mandes echar las redes. A tu palabra la volveré a echar. La confianza en uno mismo no vale nada mientras que la humildad es fecunda. Los apóstoles, que hasta entonces no habían pescado nada, a la voz del Señor, capturaron una gran cantidad de peces.

 

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San Isaac de Siria (siglo VII) monje de Ninive, actual Mossoul (Iraq)
Discursos espirituales, primera serie, Nº 20

 


Herodes quería ver a Jesús - 
  ¿Cómo pueden los seres creados contemplar a Dios? La visión de Dios es tan terrible que el mismo Moisés dice que tiembla de temor. En efecto, cuando la gloria de Dios aparece en la tierra, en el monte Sinaí (Ex 20) la montaña echa humo y tiembla ante la inminente revelación. Los animales que se acercan a la falda de la montaña morían. Los hijos de Israel se habían preparado: se habían purificado durante tres días según la orden de Moisés, para ser dignos de oír la voz de Dios y de ver su manifestación. Cuando llegó el tiempo no pudieron ni asumir la visión de su luz ni soportar el trueno de su voz terrible.
         Pero ahora, cuando Dios ha derramado su gracia en su venida, ya no es a través de un terremoto, ni en el fuego, ni en la manifestación de una voz terrible y fuerte que ha bajado, sino como el rocío sobre el orvalle. (Jue 6,37), como un gota que cae suavemente sobre la tierra. Ha venido a nosotros de manera diferente. Ha cubierto su majestad con el velo de nuestra carne. Ha hecho de ella un tesoro. Ha vivido entre nosotros en esta carne que su voluntad se había formado en el seno de la Virgen María, Madre de Dios, para que, viéndolo de nuestra raza y viviendo entre nosotros, no nos quedáramos turbados contemplando su gloria. Por esto, los que se han revestido con el vestido con que el Creador apareció entre nosotros, se han revestido de Cristo mismo. (Gal 3,27) Han deseado llevar en su persona interior (Ef 3,16) la misma humildad con la que Cristo se manifestó a su creación y ha vivido en ella, como se manifiesta ahora a sus servidores. En lugar del vestido de honor y de gloria exteriores, éstos se han revestido de su humildad.

En hebreo recibe el nombre de has-satán ´el adversario´ (Job 1,6. 9. 12; 2, 3.4.6. 7; 1 Par 21, 1; Zac 3, 1. 2), término que, sin artículo, indica un enemigo humano (1 Sam 29, 4; 2 Sam 19, 22; etc.). En el griego de los Setenta se lee diabolos, de diabaloo, ´acusador´ ´calumniador´ para traducir el hebreo has-satán y también sar y sorer, ´enemigo´ (en Est 7, 4; 8, 1); hállanse los términos daímon y daimonion, con los cuales los griegos denominaban principalmente a la divinidad que dirige los destinos humanos, el genio tutelar inferior a los dioses, a las almas de los difuntos; pero los Setenta los emplean para nombrar al diablo, traduciendo los nombres hebreos se´îrìm (Lev 17, 7; 16, 8. 10; 2 Par 11, 15; Is 13, 21; 34, 14); sedîm (Dt 32, 17; Sal 106, 37; acadio Sidu); elîlîm (Sal 96, 5), Siyyîm (Is 34, 14).

Como principal responsable de la caída y de la consiguiente privación de los dones espirituales y preternaturales que sufrieron nuestros primeros padres (Gén 3, 1 ss.; cf. Sab 2, 24; Jn 8, 44; Heb 2, 14; Ap 12, 9; 20, 2) concíbese a este enemigo invencible como omnipresente y como espía que acusa a los hombres ante Dios y los tienta para lograr su condenación (Job 1, 6 ss.; 1 Par 21, 1; Zac 3, 1 s.). Al diablo de la lujuria, al que se vence con la mortificación y la oración, llámasele Asmodeo en Tob 3, 8; 6, 8 ss.; 12, 3. 14. Según cierta opinión rabínica seguida por Orígenes (PG 11, 1364) y renovada por los modernos, el Azazel de que se habla en Lev 16, 8, ss. para el día de la expiación, sería un diablo y precisamente el príncipe de los diablos. Pero probablemente Azazel no es más que un nombre del macho cabrio expiatorio, lanzado al desierto.

En el Nuevo Testamento, el diablo o satanás (frecuentemente singular colectivo, por los ángeles rebeldes en general) es el jefe de los ángeles rebeldes que fomentan el mal y la perdición (Ap 9, 11; 12, 7-9). El término en singular (ho diabolos) es empleado 39 veces en este sentido técnico de enemigo de Dios y de sus fieles; en plural es empleado en tres casos como atributivo ´acusador´ (1 Tim 3, 11; 2 Tim 3, 3; Ju 2, 3). Aparece también 36 veces ó satanás, sin contar las voces afines oi daimones (Mt 8, 31) y tò daimonion (63 veces, 27 en singular y 36 en plural). En Ap 12, 9 y 20, 2 el diablo o satanás es identificado con el dragón. Llámasele también el ´tentador´ ó peirázon: Mt 4, 3); el ´maligno´ (ponerós: Act 19, 12; 1 Jn 2, 13); el ´espíritu inmundo´) tò àkazarton: Mt 12, 43); en Ap 12, 10 se le da el calificativo de ´acusador de nuestros hermanos (los cristianos) que les acusa ante Dios día y noche´, y en relación con el juicio que nos espera, se le llama también ´el adversario en el tribunal´ (ho antidikos: 1 Pe 5, 8).

El diablo es un ángel pecador y castigado. La antigua tradición religiosa hebrea relacionada con el pecado de los ángeles está expuesta por San Pedro (2 Pe 2, 4) y por San Judas (1, 6). También alude a ella Jesucristo cuando dice: ´Él era homicida desde el principio y no perseveró en la verdad, porque la verdad no está en él´ (Jn 8, 44), y San Juan en las palabras: ´Peca el diablo desde el principio´ (1 Jn 3, 8). En cuanto a determinar la especie de pecado, se da la preferencia al de soberbia, por estar más en consonancia con la naturaleza espiritual del ángel. Habiendo sido confinados en los abismos tenebrosos (2 Pe 2, 4; Jds 1, 6) y castigados con el fuego eterno creado para ellos (Mt 25, 41), estos ángeles caídos, que son muy numerosos (Mc 5, 9; cf. Lc 8, 30), tienen un poder limitado sobre los hombres (1 Pe 5, 8) hasta que se dé la sentencia de condenación en el juicio final (II Pe 2, 4; Jds 1, 6).

Como ´príncipe de este mundo´ (Jn 12, 31; 14, 30; 16, 11), ´dios de este siglo´ (2 Cor 4,4) y ´señor´ (Mt 4, 9; Lc 4, 6) manifiesta su poder entre las tinieblas de la idolatría (Act 26,18; Col 1, 13). La lucha diabólica va principalmente dirigida contra Cristo: después de las primeras tentaciones, de carácter mesiánico, lo acosó hasta la muerte sugiriendo a Judas Iscariote la traición (Jn 13, 2; cf. 6, 71) y tomando entera posesión de su espíritu (Lc 22, 3; Jn 13, 27; cf. Lc 22, 53). La lucha contra la Iglesia de Cristo está delineada en las parábolas del sembrador y de la cizaf´ia (Mt 13, 19. 25. 39; Mc 4, 15; Lc 8, 12).

Después de Cristo son tentados los cristianos (4ct 5, 3) con grande astucia (1 Cor 7, 5; 2 Cor 2, 11; 1 Tes 3, 5; etc.), por el diablo que se transforma en ángel de luz (2 Cor 11, 14), como promotor de falsas doctrinas (1 Tim 4, 1). Son especial objeto del odio diabólico los propagadores del cristianismo (Lc 22, 31; 2 Cor 12, 7; 1 Tes 2, 18). Pero Cristo infligió al diablo la primera y gran derrota cuando hizo realidad la profecía del Génesis (Gén 3, 5; Lc 10, 18; Jn 12, 31; 14, 30, 16, 11; 1 Jn 3, 8), destruyendo con su muerte al dominador de la muerte (Heb 2, 14) y libertando a los que estaban subyugados por el terror de la muerte (Heb 2, 15; Col 2, 14 s.). Pero como la derrota definitiva no tendrá lugar hasta el fin del mundo, la resistencia de los cristianos a sus ataques ha de ser de todos los días (1 Pe 5, 8. 9), con la sobrenatural ´armadura completa´ (Ef 6, 16; 2 Cor 12, 7 ss.; Rom 16, 20). Y no será raro el buen éxito del diablo: hay fieles seguidores del diablo en tiempo de Cristo (Jn 8, 41. 44); en la edad apostólica son abandonados, en castigo, al poder de Satanás el incestuoso de Corinto y los apóstatas Himeneo y Alejandro (1 Cor 5, 5; 1 Tim 1, 20). Habrá oposición entre ´los hijos de Dios´ y ´los hijos del diablo´ (Jn 8, 44-47; 1 Jn 3, 8. 10), los cuales practican ´obras del diablo´ (Act 13, 10) que se resumen en la impostura y en la seducción (Jn 8, 44; 1 Tim 4, 2; Ap 12, 9; 20, 9) por medio de las cuales se sustituyen la verdad y la justicia por el pecado (Rom 1, 25 ss.; Sant 5,19).